miércoles, 31 de julio de 2013

Denis Fortún, las crónicas del aeropuerto

por Armando Añel

Denis Fortún se ha montado una atalaya en el centro de Miami, en su zona tal vez más vistosa y exuberante –Coral Gables—, y desde ella ingresa a la movida cultural de la ciudad con la soltura de un conocedor. Este escritor y bloguero pareciera hecho para la noche y el choteo, motivos que frecuenta cada vez con más insistencia la narrativa cubana contemporánea.

Otra vez desde el humor y la ironía, echando una mirada penetrante sobre el entorno y sus personajes, llega la nueva propuesta de Fortún, Diles que no me devuelvan (Crónicas del aeropuerto), bajo el sello Alexandria Library. El lanzamiento oficial del libro tendrá lugar este 26 de julio en La Otra Esquina de las Palabras, y la presentación estará a cargo del ensayista Ángel Velázquez Callejas y este servidor.

Armando Añel. Prácticamente ya está en la calle tu libro Diles que no me devuelvan (Crónicas del aeropuerto). ¿Cómo lo clasificarías y en qué crees que se diferencia de tus anteriores propuestas?

Denis Fortún. Clasificarlo se me antoja complejo, no soy muy dado a encasillar las cosas. Creo más en los vasos comunicantes que en las fronteras y hoy día la literatura goza de una promiscuidad saludable en lo que a géneros se refiere. Digamos, se trata de un cuaderno que recoge una parte de mi vida. Un periodo de cinco años y medio en el Aeropuerto de Miami trabajando para una aerolínea importante. Un empleo que llegué a aborrecer, y por el que terminé narrando lo que veía en cada jornada. Escribir, sin dudas, me hizo sobrellevar la carga que representaba ese ejercicio fatigoso, obligatorio, y poco retribuido. En cuanto a mis anteriores libros, se diferencia del resto básicamente por el género --hablamos de crónicas que igual participan de esa promiscuidad que te menciono al inicio--, pero no falta el divertimento, la broma. En cuanto a disfrute, la entrega, trabajarlo, resultó muy similar a los demás que tengo escritos. Doy en cada cuaderno que firmo lo mismo que le he dedicado al primero.

AA. La paradoja y el humor están muy presentes en esas crónicas, y yo diría que forman parte de tu personalidad. ¿Crees que los cubanos nos tomamos demasiado en serio? ¿No sería mejor para todos tirar a relajo la historia de Cuba?

DF. Mira, los cubanos conforman una suerte de casta que habita en la duplicidad: lo ceremonial y el sarcasmo se nos dan con mucha desenvoltura. Igual, no hay un límite definido en esos dos estados o comportamientos. Si bien podemos estar en un espacio donde esa solemnidad sea cosa obligada, de la que participamos incluso por voluntad, de facilitarse un simple pretexto –y en ese mismo espacio-- saltamos al choteo con una disposición que asusta a quienes no nos entienden. Somos demasiado serios en cuanto a la política, la familia, la amistad. Pero al mismo tiempo ese protocolo puede derrumbarse con un chiste y esos valores importarnos poco. Claro, hay salvedades. Y tal vez moleste a algunos con esta sentencia, pero la historia de Cuba en gran medida demuestra que hemos sido una nación sujeta al desacierto. ¿Quieres mayor farsa, más relajo, que lo acontecido luego de 1959? Y no estoy edulcorando la etapa republicana, donde también sobran ejemplos de nuestra naturaleza vernácula vulnerable al choteo y la tragedia. Lo veo así, nos asiste un sobrado histrionismo que raya en la hilaridad, y somos pendulares. Yo mismo. Mis amigos me tildan de llevar el humor al punto que podría herir sensibilidades de otros, pero soy tan dramático como cualquiera. Hay que alcanzar el equilibrio que celebra el brillo de una sonrisa, preferiblemente de mujer, y reír sin importar que otros intenten impedirlo. En cuanto a tirar a relajo la historia de Cuba, no creo sea saludable. Por suerte, los hay que se la toman muy en serio y hasta rescatan desde aquí pasajes que en la otra orilla no son pertinentes. Pero…

AA. Me consta que muchas de las piezas que aparecen en el libro fueron previamente publicadas en el blog Cuba Inglesa, entre 2009 y 2011, cosa que te agradecemos grandemente. ¿Qué opinión te merece el papel de Internet en el presente y futuro de la literatura tradicional?

DF. Primero, quiero agradecerte a ti, a Cuba Inglesa, por el espacio que siempre tuve y proclamar, asimismo, que extraño el blog. En cuanto a Internet, en el caso de la literatura viene a ser lo que Gutenberg y la imprenta. No hay marcha atrás, las reglas cambian inevitablemente. Si bien la literatura no desaparece --no lo hará, no puede--, y mucho menos los que la hacen, se marcan nuevas pautas. Hay escritores que no lo aprueban. Es cierto que el goce de leer un libro con lomo, olor a tinta, es incomparable. Y los tabloides aún resultan sospechosos para muchos. Pero ahora mismo yo te respondo estas preguntas en mi laptop y te las voy a enviar por email. Incluso, hay concursos donde puedes expedir obras en formato digital, sin el trabajo de andar con mamotretos repetidos, sellos, costos, y los imprevistos de un servicio postal. En fin, pienso que se cumple actualmente la comunión donde cada una de las hechuras ocupa el espacio que se proponga priorizar quien las consume. Todo en dependencia de las necesidades, del gusto.

AA. En tus crónicas describes la llegada a Estados Unidos de una nueva ola de emigrantes cubanos, la mayoría gente llana, ciudadanos de a pie. ¿Con qué imagen puntualizarías ese momento? ¿Qué escena te viene a la mente cuando recuerdas ese arribo masivo de compatriotas?

DF. Gente sencilla, dócil, un poco desconfiada y que mira a su alrededor como imagino lo hubiese hecho Alicia recién llegada al país de las maravillas. Eso, las primeras treinta seis horas luego de haber pasado por el aeropuerto. Después, somos lo que somos. Y la escena que recuerdo es precisamente la que le da título al libro, “Diles que no me devuelvan”. Nadie quiere regresar; al menos el noventa por ciento. Y aun cuando muchos expresan su inconformidad con el modo de vida americano apenas dos semanas después de estar en Miami --modo miamense diría mejor, no muy similar al anglo--, y otros de los que llevamos tiempo viviendo aquí subrayamos con sobrada malicia la diferencia, everyone stays.

AA. El debate cultural en Miami, o al menos el debate underground, últimamente gira en torno a la visita a la ciudad de escritores residentes en la Isla que tuvieron o tienen, lateralmente o no, conexiones con las instituciones oficiales de la cultura en Cuba. ¿Cómo percibes este fenómeno y, de cara él, cuál crees que debería ser la actitud de la intelectualidad cubana que se considera a sí misma exiliada?

DF. Me temo que voy a extenderme en esta pregunta. El fenómeno, créeme, es complicado. Primero, quiero exponer de manera manifiesta que personalmente estoy en contra de todo “intercambio” cultural con la Isla si parte de la oficialidad. Nada ha cambiado en Cuba desde que salí hace nueve años, muy por el contrario, y estos viajes están enmarcados en esa figura que ha cobrado fuerza con la administración de Obama. Por otra parte, para nada estos viajes representan un intercambio. La reciprocidad que debe primar no existe. No conozco de ninguna institución oficial cubana que invite a un escritor, o artista cualquiera, que mantenga una posición vertical en contra de lo que allí sucede. Por supuesto, nunca lo harán, y de hacerlo las reglas funcionarían sobre la base de una enorme mordaza. El espacio queda entonces al servicio de unos cuantos “moderados” que aún son presa de una melancolía delirante, entre otras cosas, porque aquí no se sienten reconocidos como lo fueron allá. Por tanto, estos viajes desde un solo sentido se reducen a eso: visitas.

Y he aquí el dilema a lo Shakespeare: en Cuba tengo amigos escritores, artistas plásticos, músicos, algunos están conectado con el establishment cultural cubano. Sin embargo, confieso sin pudor que me gustaría verlos en Miami, compartir con ellos, incluso mostrarles una que otra tertulia e invitarlos –si mi presupuesto lo permite-- a un buen almuerzo en El Versalles. Una vez, en el aeropuerto, coincidí con Antón Arrufat –que no es mi amigo-- y lo convidé a La Otra Esquina de las Palabras para un homenaje a Lezama. Lamentablemente, dicen los que saben, Antón prefirió ir a un Burger King. Aun cuando pensemos diferente, muchos de allí fueron mis amigos y quiero creer que todavía lo son. Es por eso que el rasero se vuelve elástico, paradójico.

Ahora bien, existe un detalle interesante. El exilio de hoy no es lo monolítico que era hace cuarenta, treinta años atrás, incluso menos. El escenario es otro y aquí mismo, en Miami, habita una numerosa vanguardia –una parte sembrada y otra tontamente utilitaria-- que responde a los intereses culturales oficialistas. A gente como yo, que piensa de esta manera, nos rechazan, nos ven como una banda de fundamentalistas –y da por cierto cuando te digo que yo, al lado de buenos amigos que tengo aquí, y que son intolerables en temas como estos, soy más bien condescendiente y abierto a la diversidad--; pero olvidan esos “sembrados o tontos” que nos sobran razones para pensar así y esta “vanguardia” --aunque lo ignore-- no desconoce la verdad.

En fin, respondiéndote la última parte de la pregunta: el “fenómeno” para mí se reduce a eso, viajes que proporcionan una subida de hemoglobina para los que nos visitan y mejoran su ropero, mientras el espectro de oportunidades se les abre de manera increíble, aparentemente provechosa. Gente que, por si acaso, reza en silencio por que no se derogue la Ley de Ajuste Cubano. ¿Y el exilio? Por supuesto que es irritante recibir a un intelectual radicado en Cuba, “conectado”, y que además venga a hablar de ciertas “bondades” que le ofrece la dictadura para realizar su obra, y exprese asimismo, en medio de la más absoluta libertad, que no se siente presionado o perseguido en Cuba cuando la realidad demuestra lo contrario y son innumerables los intelectuales presos únicamente por intentar expresarse sin tapujos. El tema es colorido, manipulable. Entonces que cada cual asuma la postura que considere coherente con su manera de pensar. Por suerte, también en Miami comienzan a abundar las opciones culturales y con no ir a ver a un “oficialista” tienes, menos si no es amigo tuyo.



Entrevista de Armando Añel para Neo Club Pres 
días antes de la presentación
Foto de Ulises Regueiro

Crónica de la presentación...

Así describe la redacción de Neo Club Press lo sucedido la noche del viernes 26 de julio en La otra esquina de las palabras, en Cafe Demetrio...

La batalla del mal tiempo o, como sugiriera el escritor y guionista Javier Iglesias, Diles que no me mojen. Así podría titularse una crónica de lo vivido la noche del viernes 26 de julio en Café Demetrio, en el marco de la tertulia La Otra Esquina de las Palabras. Se presentaba el volumen Diles que no me devuelvan (Alexandria Library), de Denis Fortún, una serie de deliciosos relatos --en torno a los intríngulis del aeropuerto internacional de Miami-- cuya presentación pretendió opacar la tempestad. Diluvio. 

Un aguacero implacable que durante más de una hora mantuvo en jaque al numeroso público asistente, impaciente por saborear las exquisiteces de una narrativa medularmente testimonial, y anegó hasta los ceniceros. 


 Angel V. Callejas; Denis Fortun; Armando Añel
 Joaquín Gálvez; Armando de Armas
 Amigos presentes...
 Orlando Fondevilla; Sindo Pacheco; 
Estela Garcia; Hector "Hemigway" Perez; Ana Sotelo
Ena "La Pitu" Columbié; J.C. Valls; Joaquín Gálvez

El ataque del agua no pudo sin embargo con una concurrencia heterogénea, que abarrotó Café Demetrio. Allí cupieron representantes de todo el espectro cultural de Miami: De izquierda, de derecha, de centro y por los cuatro costados (ver la galería que acompaña esta nota). Lo que certifica no solo el valor en alza de un narrador como Fortún, sino su carisma y sensibilidad.

Cinco aspectos en la narrativa de Denis Fortún

Ángel Velázquez Callejas


Primero: celebrar la inteligente introducción al lector de María Cristina Fernández en Diles que no me devuelvan (Alexandria Library, Miami, 2013). Una metáfora sobre el viaje. Si algo se ha vuelto cotidiano e inseparable de la existencia humana es que al individuo se le puede definir como tal en lo que al viaje se refiere. El viaje, el traslado, la movilidad del hombre, han ido más allá del alcance de lo inmediato y lo cercano. El individuo del siglo XXI es un ser trasatlántico por añadidura. Ha llegado a la última etapa de la globalización. Primero lo hizo por navegación y ahora da la vuelta al mundo conquistando espacios abiertos. En el sentido de un origen y un destino, el viaje a través del espacio abierto trasciende la imagen que tiene el hombre de la realidad. Para ello el ciudadano ha debido construir ciudades dentro de ciudades, creando una ontología autoplástica. Los aeropuertos en la modernidad constituyen, siguiendo la idea de Heidegger en Ser y tiempo, un nuevo estar en el mundo, un nuevo lugar que atrae a la narrativa como en el ombligo ontológico de una ciudad.

Segundo: ahora que trabajo en el aeropuerto y leo las crónicas de Denis Fortún sobre ese lugar puedo darme cuenta del significado metafórico que Dostoievski le atribuyera en Memorias del subsuelo a la expresión “la modernidad es como un Palacio de Cristal”. Allí dentro, en los espacios interiores creados por el hombre --vislumbraba el autor de Los hermanos Karamazov--, la narrativa encontraría un terreno fértil para escudriñar en el sujeto narrable moderno. ¿De qué se trata? Por una exclusión, por naturaleza cultural, estaríamos arribando a la consumación de la posmodernidad mediante estos simbólicos palacios de cristal y estas gigantescas ciudades interiores donde el hombre encontraría resguardada una nueva forma de existencia. Trátese ahora de un Mall, de una Shopping o de un aeropuerto, el objeto narrable ha ido cambiando de espacio, como profetizaba el maestro del resentimiento: ha emigrado con creces desde los espacios naturales e históricos a los creados novedosamente por el hombre.

Tercero: En esta migración de espacios está el quid de la actual narrativa mundial. Por eso me ha parecido oportuna la publicación de estas crónicas sobre el aeropuerto. Una de ellas, Diles que no me devuelvan, titula el libro, un texto que se hace clásico porque trata de ganarle la partida a la existencia a fuerza de ironía y humor. Y es precisamente en estos nuevos espacios donde el hombre es más narrable que nunca, más vulnerable ante los desafíos de la existencia. Tan protegido de la naturaleza pero tan frágil en su deambular. El Aeropuerto Internacional de Miami es, usando la metáfora de Dostoievski, un inmenso Palacio de Cristal, un espacio interior autoplástico donde cuajan, a la vista del cronista, los distintos objetos narrativos de la posmodernidad.

Cuarto: ¿por qué existimos y para qué insistimos? En Diles que no me devuelvan (Crónicas del aeropuerto) pueden encontrarse elementos vivos de una respuesta. Denis Fortún ha penetrado en el justo lugar donde la vida alcanza su mayor prontitud y significado. No hay mejor lugar en el vórtice de la modernidad que los aeropuertos, donde la premisa filosófica y antropológica de un origen y un destino se materializa en una realidad empírica demostrable. Los sujetos son abordados como lo que son: eventos resultantes del choque de culturas y sociedades al margen, que llevan como objetivo el intento de sobrevivir los destinos de la globalización.

Quinto y último: un periodismo poético. Una instancia narrativa que escudriña en lo psicosocial. Pero ante todo una mirada narrativa capaz de absorber con creces la autenticidad de cada relato. He quedado, después de la lectura del cuaderno de Denis, con la impresión de que somos ante el mundo un explosivo poder capaz de ganar la batalla de la existencia. Lo imperdonable del paso del tiempo, la ansiedad por escapar a la tragedia del capital, el miedo a perder la vida, entre otros asuntos, permiten comprender el desdén de lo cotidiano. Pero lo más inaudito está en el miedo a perder la libertad en tierras de libertad. "Diles que no me devuelvan" es el imperativo que resuena en lo más hondo de cada emigrante llegado a Estados Unidos. Tema, por supuesto, para todo narrador que se respete.

Texto que leyese el autor en la presentación de Diles que no me devuelvan
La otra esquina de las palabras
Café Demetrio. Coral Gables.


De izquierda a derecha: Velázquez Callejas; Denis Fortun; Armando Añel