por Armando Añel
Denis Fortún se ha montado una atalaya en el centro de Miami, en su zona tal vez más vistosa y exuberante –Coral Gables—, y desde ella ingresa a la movida cultural de la ciudad con la soltura de un conocedor. Este escritor y bloguero pareciera hecho para la noche y el choteo, motivos que frecuenta cada vez con más insistencia la narrativa cubana contemporánea.
Otra vez desde el humor y la ironía, echando una mirada penetrante sobre el entorno y sus personajes, llega la nueva propuesta de Fortún, Diles que no me devuelvan (Crónicas del aeropuerto), bajo el sello Alexandria Library. El lanzamiento oficial del libro tendrá lugar este 26 de julio en La Otra Esquina de las Palabras, y la presentación estará a cargo del ensayista Ángel Velázquez Callejas y este servidor.
Armando Añel. Prácticamente ya está en la calle tu libro Diles que no me devuelvan (Crónicas del aeropuerto). ¿Cómo lo clasificarías y en qué crees que se diferencia de tus anteriores propuestas?
Denis Fortún. Clasificarlo se me antoja complejo, no soy muy dado a encasillar las cosas. Creo más en los vasos comunicantes que en las fronteras y hoy día la literatura goza de una promiscuidad saludable en lo que a géneros se refiere. Digamos, se trata de un cuaderno que recoge una parte de mi vida. Un periodo de cinco años y medio en el Aeropuerto de Miami trabajando para una aerolínea importante. Un empleo que llegué a aborrecer, y por el que terminé narrando lo que veía en cada jornada. Escribir, sin dudas, me hizo sobrellevar la carga que representaba ese ejercicio fatigoso, obligatorio, y poco retribuido. En cuanto a mis anteriores libros, se diferencia del resto básicamente por el género --hablamos de crónicas que igual participan de esa promiscuidad que te menciono al inicio--, pero no falta el divertimento, la broma. En cuanto a disfrute, la entrega, trabajarlo, resultó muy similar a los demás que tengo escritos. Doy en cada cuaderno que firmo lo mismo que le he dedicado al primero.
AA. La paradoja y el humor están muy presentes en esas crónicas, y yo diría que forman parte de tu personalidad. ¿Crees que los cubanos nos tomamos demasiado en serio? ¿No sería mejor para todos tirar a relajo la historia de Cuba?
DF. Mira, los cubanos conforman una suerte de casta que habita en la duplicidad: lo ceremonial y el sarcasmo se nos dan con mucha desenvoltura. Igual, no hay un límite definido en esos dos estados o comportamientos. Si bien podemos estar en un espacio donde esa solemnidad sea cosa obligada, de la que participamos incluso por voluntad, de facilitarse un simple pretexto –y en ese mismo espacio-- saltamos al choteo con una disposición que asusta a quienes no nos entienden. Somos demasiado serios en cuanto a la política, la familia, la amistad. Pero al mismo tiempo ese protocolo puede derrumbarse con un chiste y esos valores importarnos poco. Claro, hay salvedades. Y tal vez moleste a algunos con esta sentencia, pero la historia de Cuba en gran medida demuestra que hemos sido una nación sujeta al desacierto. ¿Quieres mayor farsa, más relajo, que lo acontecido luego de 1959? Y no estoy edulcorando la etapa republicana, donde también sobran ejemplos de nuestra naturaleza vernácula vulnerable al choteo y la tragedia. Lo veo así, nos asiste un sobrado histrionismo que raya en la hilaridad, y somos pendulares. Yo mismo. Mis amigos me tildan de llevar el humor al punto que podría herir sensibilidades de otros, pero soy tan dramático como cualquiera. Hay que alcanzar el equilibrio que celebra el brillo de una sonrisa, preferiblemente de mujer, y reír sin importar que otros intenten impedirlo. En cuanto a tirar a relajo la historia de Cuba, no creo sea saludable. Por suerte, los hay que se la toman muy en serio y hasta rescatan desde aquí pasajes que en la otra orilla no son pertinentes. Pero…
AA. Me consta que muchas de las piezas que aparecen en el libro fueron previamente publicadas en el blog Cuba Inglesa, entre 2009 y 2011, cosa que te agradecemos grandemente. ¿Qué opinión te merece el papel de Internet en el presente y futuro de la literatura tradicional?
DF. Primero, quiero agradecerte a ti, a Cuba Inglesa, por el espacio que siempre tuve y proclamar, asimismo, que extraño el blog. En cuanto a Internet, en el caso de la literatura viene a ser lo que Gutenberg y la imprenta. No hay marcha atrás, las reglas cambian inevitablemente. Si bien la literatura no desaparece --no lo hará, no puede--, y mucho menos los que la hacen, se marcan nuevas pautas. Hay escritores que no lo aprueban. Es cierto que el goce de leer un libro con lomo, olor a tinta, es incomparable. Y los tabloides aún resultan sospechosos para muchos. Pero ahora mismo yo te respondo estas preguntas en mi laptop y te las voy a enviar por email. Incluso, hay concursos donde puedes expedir obras en formato digital, sin el trabajo de andar con mamotretos repetidos, sellos, costos, y los imprevistos de un servicio postal. En fin, pienso que se cumple actualmente la comunión donde cada una de las hechuras ocupa el espacio que se proponga priorizar quien las consume. Todo en dependencia de las necesidades, del gusto.
AA. En tus crónicas describes la llegada a Estados Unidos de una nueva ola de emigrantes cubanos, la mayoría gente llana, ciudadanos de a pie. ¿Con qué imagen puntualizarías ese momento? ¿Qué escena te viene a la mente cuando recuerdas ese arribo masivo de compatriotas?
DF. Gente sencilla, dócil, un poco desconfiada y que mira a su alrededor como imagino lo hubiese hecho Alicia recién llegada al país de las maravillas. Eso, las primeras treinta seis horas luego de haber pasado por el aeropuerto. Después, somos lo que somos. Y la escena que recuerdo es precisamente la que le da título al libro, “Diles que no me devuelvan”. Nadie quiere regresar; al menos el noventa por ciento. Y aun cuando muchos expresan su inconformidad con el modo de vida americano apenas dos semanas después de estar en Miami --modo miamense diría mejor, no muy similar al anglo--, y otros de los que llevamos tiempo viviendo aquí subrayamos con sobrada malicia la diferencia, everyone stays.
AA. El debate cultural en Miami, o al menos el debate underground, últimamente gira en torno a la visita a la ciudad de escritores residentes en la Isla que tuvieron o tienen, lateralmente o no, conexiones con las instituciones oficiales de la cultura en Cuba. ¿Cómo percibes este fenómeno y, de cara él, cuál crees que debería ser la actitud de la intelectualidad cubana que se considera a sí misma exiliada?
DF. Me temo que voy a extenderme en esta pregunta. El fenómeno, créeme, es complicado. Primero, quiero exponer de manera manifiesta que personalmente estoy en contra de todo “intercambio” cultural con la Isla si parte de la oficialidad. Nada ha cambiado en Cuba desde que salí hace nueve años, muy por el contrario, y estos viajes están enmarcados en esa figura que ha cobrado fuerza con la administración de Obama. Por otra parte, para nada estos viajes representan un intercambio. La reciprocidad que debe primar no existe. No conozco de ninguna institución oficial cubana que invite a un escritor, o artista cualquiera, que mantenga una posición vertical en contra de lo que allí sucede. Por supuesto, nunca lo harán, y de hacerlo las reglas funcionarían sobre la base de una enorme mordaza. El espacio queda entonces al servicio de unos cuantos “moderados” que aún son presa de una melancolía delirante, entre otras cosas, porque aquí no se sienten reconocidos como lo fueron allá. Por tanto, estos viajes desde un solo sentido se reducen a eso: visitas.
Y he aquí el dilema a lo Shakespeare: en Cuba tengo amigos escritores, artistas plásticos, músicos, algunos están conectado con el establishment cultural cubano. Sin embargo, confieso sin pudor que me gustaría verlos en Miami, compartir con ellos, incluso mostrarles una que otra tertulia e invitarlos –si mi presupuesto lo permite-- a un buen almuerzo en El Versalles. Una vez, en el aeropuerto, coincidí con Antón Arrufat –que no es mi amigo-- y lo convidé a La Otra Esquina de las Palabras para un homenaje a Lezama. Lamentablemente, dicen los que saben, Antón prefirió ir a un Burger King. Aun cuando pensemos diferente, muchos de allí fueron mis amigos y quiero creer que todavía lo son. Es por eso que el rasero se vuelve elástico, paradójico.
Ahora bien, existe un detalle interesante. El exilio de hoy no es lo monolítico que era hace cuarenta, treinta años atrás, incluso menos. El escenario es otro y aquí mismo, en Miami, habita una numerosa vanguardia –una parte sembrada y otra tontamente utilitaria-- que responde a los intereses culturales oficialistas. A gente como yo, que piensa de esta manera, nos rechazan, nos ven como una banda de fundamentalistas –y da por cierto cuando te digo que yo, al lado de buenos amigos que tengo aquí, y que son intolerables en temas como estos, soy más bien condescendiente y abierto a la diversidad--; pero olvidan esos “sembrados o tontos” que nos sobran razones para pensar así y esta “vanguardia” --aunque lo ignore-- no desconoce la verdad.
En fin, respondiéndote la última parte de la pregunta: el “fenómeno” para mí se reduce a eso, viajes que proporcionan una subida de hemoglobina para los que nos visitan y mejoran su ropero, mientras el espectro de oportunidades se les abre de manera increíble, aparentemente provechosa. Gente que, por si acaso, reza en silencio por que no se derogue la Ley de Ajuste Cubano. ¿Y el exilio? Por supuesto que es irritante recibir a un intelectual radicado en Cuba, “conectado”, y que además venga a hablar de ciertas “bondades” que le ofrece la dictadura para realizar su obra, y exprese asimismo, en medio de la más absoluta libertad, que no se siente presionado o perseguido en Cuba cuando la realidad demuestra lo contrario y son innumerables los intelectuales presos únicamente por intentar expresarse sin tapujos. El tema es colorido, manipulable. Entonces que cada cual asuma la postura que considere coherente con su manera de pensar. Por suerte, también en Miami comienzan a abundar las opciones culturales y con no ir a ver a un “oficialista” tienes, menos si no es amigo tuyo.
Entrevista de Armando Añel para Neo Club Pres
días antes de la presentación
Foto de Ulises Regueiro